domingo, 6 de febrero de 2011

Evolución hacia un transporte colectivo limpio en la ZMG (Publicado en La Jornada, 6 Febrero 2011)

El sistema actual de rutas individuales de transporte urbano concesionado vive sus momentos finales. La innovación tecnológica automotriz combinada con el caos y desarticulación del sistema de transporte “público” los está sacando del mercado; a la menor oportunidad los usuarios adquieren un automóvil contribuyendo al tráfico, la contaminación y el calentamiento global. La coyuntura macroeconómica que orilló al país a privatizar las rutas en los noventas concluyó, ahora vienen las asociadas a la urgencia de reducir la contaminación urbana, el encarecimiento de los combustibles y la mitigación del cambio climático: ¿Qué vamos a hacer?

Dada la importancia del tema vale la pena hacer un paréntesis sobre la historia de las privatizaciones y las diferencias entre las empresas públicas y privadas; así podremos identificar algunas de las opciones que volverán al transporte colectivo más atractivo para los usuarios si tomamos en serio los esfuerzos para reducir la contaminación y mitigar el cambio climático.

He insistido en hablar de transporte colectivo y no “público” porque existen rutas concesionadas a particulares para quienes su operación es un negocio “privado”. Son dos las principales diferencias entre las empresas públicas y privadas: la propiedad sobre la infraestructura e ingresos, y la forma en que se cubren los costos.

En la empresa privada, el capital proviene de inversionistas o créditos; los accionistas o propietarios son dueños de la infraestructura, maquinaria y equipo así como de los ingresos generados por la compañía. Los ingresos provienen de las ventas de los productos o servicios a sus clientes. Una empresa privada siempre ofrecerá sus productos o servicios al público a precios mayores que los costos, de otra forma tendría pérdidas y desaparecería.

La empresa pública es propiedad de los ciudadanos quienes son representados por los funcionarios que eligen  periódicamente; son ellos quienes nombran, evalúan y supervisan a los administradores de las empresas públicas. Estas empresas también pueden cobrar por los bienes o servicios que generan pero a diferencia de las privadas pueden recibir ingresos extra del gobierno para subsidiar parcial o totalmente su operación.

Así las empresas públicas podrían tener dos propósitos, siendo el primero generar utilidades con fines recaudatorios (p.e. PEMEX) y el segundo ofrecer servicios o productos estratégicos gratis o a un precio menor que su costo real para promover su disponibilidad y maximizar el beneficio social (p.e. educación pública).

Para garantizar su continuidad, los subsidios deberían estar ligados a flujos de recursos estables como los impuestos y no a fuentes de ingreso temporal y variable como las ventas de petróleo (que eventualmente se agotará), y mucho menos al déficit público pues la deuda sería una bomba de tiempo.
Las crisis recurrentes de finales del siglo pasado,  devaluaciones, deuda externa, los cambios en los mercados petroleros y las ineficiencias en la operación de muchas empresas públicas obligaron al gobierno mexicano a adelgazar su estructura y reducir su participación en la economía.  En esta coyuntura, la venta (privatización) de empresas y servicios en México en teoría siguió los principios económicos neoliberales, dándole dinero al gobierno para afrontar sus obligaciones y quitándole la responsabilidad de cubrir los costos de operación de estas empresas y la obligación de invertir en renovación de flotillas, maquinaria, equipos e infraestructura.

De acuerdo con la teoría de mercado neoliberal las empresas privadas generan mayores beneficios sociales en comparación con las empresas públicas porque al competir las empresas ofrecen productos y servicios de mejor calidad y menor precio para atraer más clientes. Así muchas empresas privatizadas fueron “saneadas” y bajo el nuevo sistema de administración privado más estricto y eficiente se volvieron altamente productivas para sus nuevos dueños.

Pero la receta neoliberal no se siguió con precisión: donde se debía crear competencia se evitó (p.e. telecomunicaciones); donde esta no era deseable se creó una competencia intestina (p.e. transporte urbano); se subsidiaron empresas privadas por medio de rescates (p.e. carreteras, FOBAPROA); difícilmente se gravaron las nuevas utilidades privadas; y no se crearon órganos de supervisión y regulación de las nuevas empresas privatizadas para evitar prácticas monopólicas y garantizar niveles mínimos de calidad.

El sistema de transporte colectivo es un “monopolio natural” porque no solo es costoso para nuevas empresas entrar a este mercado sino que esto les está prohibido a menos que el gobierno lo autorice. En este caso la “competencia” entendida como muchos actores realizando la misma actividad no reduce costos ni aumenta la calidad del servicio. Por economías de escala es más fácil reducir los costos de operación y monitorear la calidad del servicio si es una sola empresa la que opere el sistema de transporte bajo una regulación estricta.

Cuando el estado reconoce ser incapaz para invertir en infraestructura y operar eficientemente el sistema de transporte público, la solución es licitar este monopolio natural por un periodo temporal definido a una sola empresa (privada o mixta) para que opere el sistema de transporte bajo una estricta regulación; contratos públicos y transparentes deben mostrar los compromisos de la compañía en cuanto a niveles de calidad en el servicio a ofrecer, desempeño, costo ofrecido al público e inversión, entre otros. Si dichas condiciones no se cumplen se puede revocar la concesión, además al final de su vigencia ésta puede pasar a otra empresa que ofrezca mejores condiciones.

La privatización individualizada de rutas urbanas le dio un respiro al gobierno cuando la deuda externa sofocaba al país, pero ha demostrado ser ineficaz; el gobierno tiene ahora reservas históricas que puede utilizar junto con el financiamiento internacional para la mitigación del cambio climático para renovar los sistemas de transporte. Se puede eliminar la contaminación y reducir el costo para los usuarios del transporte colectivo.

Para que los automovilistas usen el transporte colectivo y dejen el auto en casa deberán aumentar los beneficios asociados al transporte colectivo y aumentar los costos de usar el auto.

Para volver más eficiente el sistema de transporte, este debería ser operado por una empresa única. Las rutas se deberían modificar para crear un sistema ortogonal con posibilidad de transbordo sin pagar doble pasaje; se deberán adquirir más unidades para transportar más pasajeros.

Si queremos que el usuario pague menos por el transporte, ¿Cómo se cubrirían los costos? Vale la pena analizar las siguientes propuestas.

Primero, al aumentar la cobertura y número de pasajeros y ser una sola empresa, se podrían tener ingresos importantes por publicidad en las unidades, estaciones y parabuses; este flujo puede incrementarse si el gasto en publicidad en transporte colectivo tuviera incentivos fiscales para las empresas.

Segundo, el costo del combustible que cada vez será más caro, puede eliminarse si todas las unidades son sustituidas por unidades eléctricas (camiones, tranvías, trolebuses, tren ligero, metro) esto reduciría inmediatamente la contaminación al dejar de quemar combustibles. El gobierno estatal o el organismo operador del sistema de transporte pueden construir sus propias plantas de energía renovable solar, eólica o mini hidroeléctrica en el interior del estado u otras partes del país para autoabastecerse de electricidad utilizando la red de la CFE.

Tercero, tanto la construcción de plantas de energía renovable como la sustitución de vehículos de combustión interna pueden recibir recursos económicos y en especie de los fondos y programas internacionales para la mitigación del cambio climático.

Finalmente se puede crear un subsidio al transporte colectivo que sea financiado por las ventas de gasolina y el cobro de estacionamiento, así quienes generan un costo ambiental y social al conducir un auto contaminante y congestionar las calles pagarían por ello ayudando a contar con una alternativa limpia de transporte; este impuesto también podría usarse para financiar rápidamente la construcción de ciclovías o cualquier deuda que se contraiga para este fin.


A nivel mundial no hay estudios concluyentes que indiquen que las empresas privadas sean siempre mejores que las públicas o viceversa; otros factores como el nivel de competencia, la honestidad y la efectividad gerencial afectan el desempeño de las empresas. La conclusión es que hay buenos y malos administradores tanto en empresas públicas como privadas. Lo que sí es cierto es que los accionistas de una empresa privada pueden pedir cuentas –y despedir- a los administradores de sus empresas mucho más fácilmente que lo que los ciudadanos lo podríamos hacer con los directores de las empresas públicas. El nuevo contexto local y mundial nos exige cambiar para reducir la contaminación; participemos más para pedir cuentas de las acciones de las empresas y gobierno, crear los incentivos adecuados y así mejorar nuestro entorno.

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